sábado, 25 de noviembre de 2006

Todo para decir que te llamé

Latía muy despacio. Ahora todas las cosas las hacía despacio. Y marcar también. Pero no porque no recordara bien los números, aquella amnesia era sólo nominal, y algún día se curaría, algún día recordaba el título del libro que buscaba 'crónica de una muerte anunciada'. Esos libros no venían solos porque sí. Venían con los sábados de frío. Y hoy estaba chispeando. Igual era mejor dejar que lloviera, así teníamos una excusa para no vernos, y la vida seguía siendo sencilla.

Segundo latido después de marcar cada uno de los nueve números separados por comillas, hechas de segundos impares. Una bicicleta muerta-de-frío saludaba desde el balcón, 'te he echado de menos hoy' decía. 'Va a llover' decía. Estaba oscuro a las 7 y a las 6 no había mirado por la ventana, pero tú no estabas, no hacía falta mirar por la ventana.

El tercer latido era más caprichoso, le gustaba seguir el ritmo del tono del auricular. 'No hay nadie' decía el auricular. 'Shh, espera'. 'Este es el contestador...' decía el auricular y luego piiiiii. Pero no quería hablar con una máquina que sabía los números de uno en uno y rompía la gracia de las últimas dos cifras. Ni siquiera le dijo adiós. La segunda vez tampoco.

El cuarto latido rompió la voz y no dijo nada. 'No hay nadie' pensó. Y luego pensó que igual la casa estaba vacía. Se le ocurrieron miles de situaciones en las que la casa estaría vacía y tú estarías en muchos sitios, pero como no recordaba la ciudad de los tranvías, se dio cuenta de que no conocía esos sitios, porque si no, los recordaría. Los nombres no. Algún día se curaría. Era cuestión de tiempo. Dejó que el teléfono siguiera su continua espera para gritar 'llaman!' en cualquier momento del día, y se marchó de la habitación, para hacer otras cosas. O para no hacer nada. O para no hacer otras cosas.

Luego se preguntó si tú también estabas pensando en los tranvías, pero como no tenía más ganas de pensar, ni de latir, ni de hablar con la bicicleta, ni de mirar por la ventana, volvió a coger el libro y decidió que el teléfono haría el trabajo de esperar, al menos hasta que no quedasen más páginas en el libro, hasta que se hubieran desintegrado todas, igual que los latidos, cuatro, cinco, llueve, aquí llueve, pero y allí?

3 comentarios:

Mi dijo...

LLueve.. aqui llueve... y mientras, silvo....

luryfc dijo...

esperar, esperar, esperar. suena como los tonos de ese auricular gastado.
llueve mientras rebusco entre las letras de un libro que llego a mi, sin pedirlo.

cubreparaguas dijo...

qué libro? pronto habrá una sección para recomendar lecturas y hablar sobre ellas.