viernes, 17 de noviembre de 2006

Invierno

Era imposible ignorar el invierno. Entraba por la ventana y jugaba con el humo de un cigarrillo malgastado. Y cada invierno más, invierno menos, congelaba hasta los órganos más cálidos porque no había mantas de lana, ni estufas, ni mesas de paño, y los témpanos de hielo de la ventana parecían hechos de esa sustancia de caramelo de rábano con que los ocupados Curris moldeaban un mundo perfecto.
Algunos sabores sólo están en la imaginación. Tampoco conoció muchos olores, pero uno en concreto se volvió obsesión. El olor a verano, a piel tostada, a luz amarilla de las fotografías que se inundaron aquel invierno. Y mientras, corrían las horas, como agua de presas rotas, sin modales. Tocaba el frío a la puerta y llegaba acompañado de la humedad de los hongos azules del queso sobre la mesa, y solo. No llegabas tú, tan sólo copias incompletas e inviernos. Puede que no existas, o estás muy lejos, a miles de estaciones, y metros llenos de gente que se te parece.
Entonces cruzaba los brazos para no tiritar, las miradas se perdían y los perdidos no se miraban, a pesar de que las ventanas estaban abiertas, era imposible ignorar el invierno.

1 comentario:

ropecabezas dijo...

Un invierno en tus cabellos, mil en tus entrañas.
Un invierno en tus caderas, cincunta en tus manos.
Un invierno en tus ropas, cien en tus ojos.

Y asi pasaba, y allí era donde se quedaba.
Y de repente invierno.