jueves, 28 de mayo de 2009
simplemente... te quiero
[mis cursiladas van en aumento]
miércoles, 19 de noviembre de 2008
Al final todo el mundo cree saberlo todo pero nadie sabe nada...
lunes, 25 de agosto de 2008
Ausencia
El vacío se da, sobretodo, cuando se sabe que lo feliz pasado no volverá. El que alberga esperanzas no lo siente en toda su profundidad, sino que padece de nerviosismo, de desasosiego, por ver qué pasará finalmente, descartando o terminando de conformar la experiencia de la nada presente.
El vacío no puede ser imaginado. Probablemente, si imaginamos que muere nuestra madre no alcancemos a sentir todo lo que ello conllevaría. Así pues, es incalculable, y solo conocido por los que en él se hallan.
Nos preguntamos, ¿volveré a ser el de antes? ¿dejaré de echar de menos? ¿cuándo dejaré de acordarme de ello? Como dije al comienzo, no podemos hacer nada que lo elimine en el momento, pues en él solo encaja lo que lo causó. El resto de cosas o son demasiado pequeñas o, más bien, no poseen la misma forma. El vacío lo es siempre de una realidad concreta e insustituible por otra que no sea ella misma. Cuanto más grande es la nada, tanto mayor es la intensidad con que se viven los recuerdos que remiten a lo fugitivo.
¿Cómo se elimina el vacío? La realidad que va pasando a través de nosotros va limándolo, haciéndolo de una forma tan sutil que ni siquiera lo notamos. El resultado final es la disolución total del vacío, el esparcimiento de cada uno de sus “átomos” por toda nuestra realidad subjetiva, formando una fina capa que matiza muy ligeramente un nuevo modo de sentir. De esta forma, el vacío no vuelve a ser vivido como cuando era un todo, sino que queda recogido de forma muy difusa en nuestro vivir diario.
jueves, 21 de febrero de 2008
Con las manos frías
Me enamoré de las noches
y de las calles desiertas.
Me enamoré del silencio de mi voz
y de la soledad de mi habitación.
De las luces lejanas
y de la lluvia sobre mi nariz.
Del olor de mi pelo
y del color de mi sombra.
Me enamoré de mi propio abrazo
y de mis manos frías sobre mi espalda.
martes, 28 de agosto de 2007
Otoño (1)
Cuando empiece el otoño voy a necesitar vuestra ayuda, tengo una propuesta para todos que tiene que ver con unos niños a los que no les leen cuentos antes de dormir. Ya os contaré. Hasta entonces, cuidaos mucho.
Un abrazo.
jueves, 28 de junio de 2007
El individuo
No tenía tiempo de pensar en si algún día acabaría volviéndome loco, como era de costumbre. La cuestión que arraigó en mi ser era de una índole ni mucho menos superflua. Había pensado en profundidad lo que otras veces había tan solo asomado su forma de pregunta en mi imaginación. ¿Perderé mi individualidad? ¿Seré irremisiblemente, uno más? Constantemente están quitándole importancia a la etapa por la que estamos pasando, como si todo nuestro yo, todo nuestro pensar y forma de ver la realidad tarde o temprano participara de la fosa común que es la opinión pública. Parece como si de forma trágica, en un choque con la vida, esta nos acabara arrastrando a un lugar donde pueda vernos.
“Al niño le ha dado por el heavy, ya se le pasará”. No quiero que el puro identificarme con algo sea pasajero. Quiero poder siempre emocionarme, sentir que una canción nunca dejará de estremecerme para acabar dándole de lado en un futuro. Lo que yo quiero es no olvidar quién soy ahora para seguir siéndolo siempre, en continuo avance.
No saben que la verdad que uno tiene de sí mismo es en la juventud cuando cobra su máxima pureza. Creo que son muchos los que al final han sucumbido ante la vida, ante lo monstruoso que hay en ella. Lo monstruoso es lo común, lo que pertenece a la masa, lo que abunda más que el individuo que siente y conoce de un modo especial.
El sentido de la masa está en el prejuicio, y este sentido se escogió a sí mismo como soberano por la falta de empatía. Monstruoso es también pensar solo en los testimonios de la realidad que uno mismo va recogiendo al pasar por el tiempo sin tener en cuenta y someter a su debido análisis la historia de los otros. Un mismo prejuicio es suficiente para construir una masa sólida, romper con ellos es suficiente para constituir una individualización masiva. Un prejuicio es un supuesto, ausencia de análisis. El juicio es razonado y aplicado a cierto ámbito de la realidad. ¿Acaso es tan difícil separarse de la comodidad de la opinión pública y presupuesta? ¿No es motivo de orgullo el hacer las cosas según el propio modo de ser y pensar?
Parece que para nuestros mayores la única verdad existente es la de ellos. Han olvidado la verdad de su juventud que es precisamente la que habría de ser mantenida en el tiempo, pues sin duda es la que más fielmente brota de nuestro ser, desprovisto de todo lo que no sea su experiencia. Es el punto de partida más alto en el que se puede estar, pues todo lo que queda es seguir sintiendo y pensando como individuos de experiencia que somos, y por supuesto, ser más.
Quizá la masa, sus elementos componentes, nunca han experimentado la individualidad y eso es lo que precisamente les hace seguir sin verter la mirada hacia ellos mismos para luego conocer según lo visto dentro de sí.
miércoles, 20 de junio de 2007
Las penas de los otros
Y cuando terminamos de exponer nuestras andanzas, con toda su carga de exageración y emotivismo conmovedor, cuando ya estamos seguros de que nadie lo ha pasado jamás tan mal, entonces descubrimos que el oído atento, también lo ha pasado fatal, al fin y al cabo, todos lo pasamos mal, a veces... y que detrás de esa herramienta de desahogo que era un oído, surge otro atropello de sinsabores que necesitan ser escuchados.
Perdemos momentáneamente nuestra condición de personas, nos volvemos orejas comprensibas, e intentamos asimilar la existencia de otro ser como nosotros, sólo que totalmente diferente. Y es entonces cuando entendemos que sólo somos orejas, y nada más, que por más que nos esforcemos, nunca podremos imaginar los sentimientos del otro, y que el otro, no va a alcanzar tampoco los mios nunca.
Por eso al escuchar problemas somos solamente orejas y no personas, porque, todos los pasamos mal, a veces, y necesitamos contarnos en voz alta nuestros problemas, con la escusa de que hay una oreja... que nos comprende.