domingo, 19 de noviembre de 2006

El Caramelo

Faltan aún 4 interminables clases para la hora h. Tomo apuntes, atiendo a las explicaciones y oigo como tose. Está sentada 2 o 3 filas detrás de mí. No miro, pero se que es ella la que tose. Falta ya poco para el descanso y la pobrecilla no para de toser. Busco un caramelo y lo guardo en mi bolsillo. Salimos, enciendo un cigarro y ella va al servicio. La espero frente a la puerta, no hablo con nadie, solo la espero a ella. Vuelve y se acerca a mi. Sonrío. “ ¿Eras tú la que tosía?” pregunto. “ Sí, es que de pronto me he puesto muy malita”, responde ella, con cara de penilla. Es pura dulzura cuando se mueve como una niña chica. Meto la mano en el bolsillo, hago como el que busca algo y no lo encuentra. Saco el caramelo, “Tómate esto, verás como te alivia”. “Muchas gracias, pero ahora no me lo voy a tomar, dámelo luego” dice ella. “Guárdatelo y te lo tomas cuando quieras” respondo yo. Ella coge el caramelo, “Gracias”. Sonreímos. “Escúchame mujer, si te encuentras mal vete a tu casa y descansa. Cuídate bien ese resfriado. No quiero que te empeores por mi culpa”. “Ya... si yo no voy obligada. Dejemos que el tiempo pase, a ver cómo me encuentro”.
Entramos a clase. Sigo tomando apuntes, continuo atendiendo a las explicaciones. Y ella no para de toser. Termina la clase. Salimos. “Oye, que creo que no voy a poder ir al cine. Me encuentro regular nada más” dice ella con cara medio de enfermita, medio de tristona. “No te preocupes mujer, recupérate... Días hay muchos”. Respondo, intentando sonar lo más comprensivo. “Ya, pero no todos los días hay cine gratis. La verdad es que tenía ganas de ir. A ver que tal me siento luego”. De pronto siento un profundo odio por el frío en general y por el del invierno en particular. Voy a la biblioteca a estudiar. En la siguiente hora nos veremos.
Llego a la puerta de clase. Allí está ella, con sus amigos. La saludo con la mirada, me enciendo un cigarro y me alejo del grupo. No quiero acercarme a hablar con ella. No quiero que me diga que sigue sintiéndose enferma. No quiero resultar pesado. Llega la profesora, hoy la clase no es en el aula, tenemos que ir al laboratorio. Camino hacia allí, yo solo. No tengo ganas de hablar con nadie. Ella viene detrás de mi, puedo notarlo. Me freno un poco. “Oye que al final sí que voy. Me encuentro mucho mejor” dice ella con una sonrisa angelical dibujada en la cara. Sonrío. “Ahora respiro mucho mejor. Y el caramelo que me diste me alivió la garganta”.Sonreímos. De repente siento una profunda admiración por el hombre que inventó los caramelos.

1 comentario:

luryfc dijo...

Cómo querer a un caramelo. Nunca se me habría ocurrido...