jueves, 23 de noviembre de 2006

Prosa al amor platónico

No hay lugar para ti aquí abajo. Arriba, en el éter, entre los astros te hallas, pero ni siquiera con el telescopio alcanzo a verte. Mis gemelos ojos no se cansan de buscarte, allá más arriba del lugar desde el cual nace y cae la lluvia, con la nostalgia de querer volver a nacer y ser de nuevo mi sed. Te vi entre las copas de las dos y las tres de la madrugada, para despedirme de ti a las seis del alba. No pude más que cantarte, a lo lejos, las frases que siempre quise decirte y que nunca supe ni pude decirte. Sonreías al escucharlas, no sé si por mi pronunciación ebria e indiscernible, o por lo puro que había en ellas y que era de tu agrado. Te acercaste a mí para darme una mala noticia: que solo estabas de paso, que te marchabas lejos, al mismo lugar donde se va la noche, que no volvería a verte nunca más. Te dije que te quedases un rato más, que apurásemos la noche hasta el primer rayo de sol. En ese momento una luz te iluminó de lleno, como si la naturaleza estuviese conspirando contra mí. El sol me había traicionado, salió a relucir sin tener en cuenta el tiempo, mi tiempo. Y tú, silueta resplandeciente, no dudaste en echar a volar fuera de mis delirios. De nuevo te fuiste a ocupar lo etéreo, lo que está fuera del tiempo, lo eterno, tú. ¿Por qué tuviste que marcharte? Tal vez porque es mejor que no quede huella de lo que jamás ha existido, porque es mejor que sigas reposando entre delirio y delirio mío.

1 comentario:

luryfc dijo...

Huele a tierra mojada, huele a frio, huele a estrellas, huele a canciones ya pasadas, huele a letras gastadas. Huele a lo efímero.

Que bonito es el recuerdo de algo que llega y se va rapido.