domingo, 12 de noviembre de 2006

objetos imposibles de luz y otros materiales inestables

Hacía tiempo que le gustaba jugar con las palabras. Le recordaban a esas piezas de colores, con huecos y protuberancias con las que se podía construir casi cualquier cosa. De niña tenía un maletín amarillo lleno de piezas color cereza, limón, piscina y césped. Un día intentó construir una noria, era bastante abstracta porque las norias son redondas y la suya esquinaba demasiadas veces, pero eso no era importante. De pronto, las luces de aquella feria de verano se apagaron al meter la mano en el maletín, completamente lleno de aire que los pesimistas llamaron 'vacío de piezas'. Nunca le regalaron otro maletín, la señora sociedad decía que las niñas deben jugar con muñecas. Pero tuvo la suerte de tener hermanos y miles de piezas nuevas color manzana, sol, entrenubes y guisante. Cuando no había piezas, desmontaba cualquier cosa. Cuando no sabía volver a montarla, inventaba aparatos inútiles y viejos.

Objetos imposibles.

Después llegaron los puzzles y casi a la vez, los lápices. Sin darse cuenta, se convirtió en coleccionista y eso que se sentía como un maletín amarillo en los ojos de un pesimista. Todo el mundo tenía aficiones, Eva sabía tocar la guitarra, Luís jugaba al baloncesto, Pablo y su ajedrez. Ella no sabía hacer nada especial. Intentó cantar pero la echaron por no ajustarse al compás marcado, dibujaba por las tardes hasta que un sueño más se rompió por cosas de la vida. Y ya no lloraba, eso alejaba las tardes tristes, y a ella le gustaba estar triste a veces. Si estaba triste, coleccionaba palabras bonitas, las desarmaba como lo hacía con los aparatos viejos, las miraba, jugaba con ellas, dejaba los congeladores para quedarse con las heladeras, y no tomaba sino que robaba prestadas algunas frases de miles de libros de los que nunca conseguía retener el título. Lo bueno de las palabras era que podía hacer una noria, dos norias, diez norias, podía repetirlas o hacerlas diferentes, llenas de esquinas o esféricas, grandes, pequeñas norias y nunca se gastaban las letras.

Algunas noches, alguien subía a la noria y desde allí se veía la ciudad desde arriba y se contaban más estrellas. Incluso tuvo tanta suerte que un verano comprendió que se había hecho coleccionista de muchas cosas, de piezas y colores, de flores y ruiditos, de besos, ojos, sensaciones y de objetos imposibles. Como un cubreparaguas, un tren de cartón, una luna de agua, una máquina de burbujas de miel, una llave roja al revés...y cada pieza, como un puzzle, cada pieza, en su sitio, cada pieza y todas ellas en un maletín de sueños.

1 comentario:

Mi dijo...

Es curioso... hay veces q resulta fácil sonreir si sabes como hacerlo...